La felicidad de los que aman a las mujeres adúlteras

Patricia Gorocito

Somos pasajeros de este viaje posmoderno y sabemos que la sorpresa se encuentra siempre en la próxima estación

Leyendo el artículo de Carla Almeida en la Newsletter 49 de IPLA, sobre un libro titulado A Filosofia da Adúltera – Ensaios Selvagens, de Luiz Felipe Pondé, no puedo dejar de asombrarme cuando leo la frase “la mujer que representa la condición humana como esclava de su deseo, que experimenta el tedio miserable de la carne.” No hay allí filosofía salvaje, leo un texto que habla más del fantasma masculino que de las mujeres.

A partir del conocido edicto de Jacques Lacan es posible formular una correlación: La mujer no existe ergo la dama adúltera tampoco existe. La mujer es no toda, es decir se rige por su propia lógica no fálica y es una por una. El varón sí, podríamos llegar a decir lógicamente, que el varón es todo adúltero.

Pero dejando a un lado, por un momento, la lógica lacaniana y tomando el discurso social contemporáneo, esas palabras como adulterio, esclavitud, pecado, pertenecen al pasado. Palabras que se alojaban en las instituciones portadoras de los dispositivos de control de la burguesía del primer capitalismo del siglo pasado.

La letra de un tango de mi país llamado Cambalache, de Enrique Santos Discépolo, tematiza esa hipocresía propia de tiempos idos. La palabra adúltera me provoca hilaridad. En pleno siglo XXI cada mujer hace lo que quiere con su deseo si se lo permite a sí misma. Incluso decide detenerlo o actuarlo porque sí. Ni por amor ni por sacrificio.

Las mujeres del siglo XXI no piden permiso y sus compromisos con sus partenaires sexuales son los mismos que pueden tener con sus amigos, hijos, familiares, etc. Compromiso con un proyecto, con un estilo de vida, con un motivo circunstancial pero no con una norma de control social como es la fidelidad.

Judith Butler lo señala con nitidez: “El sujeto se apega a normas de sometimiento porque gracias a eso adquiere existencia social”. Esos pactos de fidelidad y lo fogoso que le pueden resultar a un conservador transgredirlos es tema antiguo. Bien se luce está relación de prohibición y lujuria en las películas del talentoso Buñuel de los años 60.

Seguramente Luiz Felipe Pondé pretende provocar con semejante título, pero a ¿quién? Tal vez a sí mismo. Si bien la moral social va cambiando para bien y para mal. Algunas cuestiones están siempre vigentes.

Volviendo a la lógica lacaniana, es cierto que la mujer, aunque sea una por una tiende más a la erotomanía y el varón al fetichismo. Los psicoanalistas lo verificamos en nuestros consultorios y por la teoría psicoanalítica.

En un artículo de Freud “Sobre una degradación general de la vida erótica (1912)” que es muy orientador al respecto de lo que vengo planteando se señala que a muchos varones les resulta bastante difícil unir el amor y el erotismo por eso son casi siempre adúlteros. Aunque sea en sus fantasías. De ahí que la mayoría de los hombres creen en la mujer a la que aman, incluso llegan a ser muy masoquistas para sostener a esa mujer en el lugar del ideal, pero para tener buen sexo buscan a una amante a la que puedan degradar.

Lo distintivo del siglo XXI es que cada sujeto está advertido y sabrá desde su responsabilidad subjetiva cual es el lugar que está dispuesto a ocupar en la lucha de los sexos. Porque al fin y al cabo, si no hay relación sexual, todo se reduce a semblante, incluso el matrimonio.

Saber ser el partenaire-síntoma sin permitir el estrago que puede provocar un hombre a una mujer en la no relación sexual es un índice de la sabiduría de las mujeres del siglo XXI que como dice Hegel en su Fenomenología del Espíritu son la eterna ironía de la comunidad.

La sorpresa de la próxima estación tiene las figuraciones que el deseo de la mujer le va modelando.

Patricia Gorocito é psicanalista e professora da Faculdade de Psicologia da Universidade de Buenos Aires, na Argentina

Data de publicação: 24/10/2013